Hebreos

Dos hermanos judíos-Caifás y Caleb-nacidos en Jerusalén Los dos bebés fueron dedicados en el templo y se criaron estudiando en la sinagoga. Llegaron a ser sacerdotes judíos en Jerusalén, se casaron y comenzaron a criar a sus hijos. Luego un día en el templo Jesús sanó al hijo ciego de Caleb. Caleb y su familia se convirtieron en seguidores de Jesús. Pero Caifás era uno de los sacerdotes que rechazaban a Jesús. Con el tiempo, ¡Caifás llegó a ser el peor enemigo de su hermano! Ni a Caleb ni a ninguno de los seguidores de Jesús se les permitía entrar al templo. Pasaban los años y la tensión aumentaba. Luego vino la muerte de Esteban. La persecución llegó a tal punto que Caleb, y la mayoría de los otros creyentes, huyeron de Jerusalén. El Sanedrín se apoderó de sus propiedades-y vendió sus casas y tierras. Durante los veinte años que siguieron Caleb y su familia iban de lugar en lugar. Caleb carecía del dinero necesario para comprar tierra o casa. Dondequiera que iba, los judíos que rechazaban a Jesús lo perseguían. Muchas veces los ricos que le daban trabajo le robaban parte de, o todo, su salario. Muchas fueron las veces que fue insultado, azotado, engañado y hasta encarcelado. Los líderes de la iglesia lo alentaban para que no se amargara. Pero ahora Caleb tenía sesenta años de edad. Estaba viejo, cansado y pobre. Durante treinta años había tenido paciencia. A sus hijos se les hacía muy difícil conseguir trabajo. Mientras tanto, Caifás gozaba de riquezas, respeto y comodidad en Jerusalén. Quizás ya era tiempo de que Caleb volviera a casa, que apartara la espada y estuviera en paz con sus hermanos judíos. El corazón de Caleb añoraba por los recuerdos de su niñez-la adoración en el templo, las lecturas de la Escritura en la sinagoga, las fiestas y la confraternidad. ¿Debía morir y ser enterrado un hombre pobre lejos de su país? ¿O debía volver a Jerusalén y al judaísmo, la fe de sus padres y de su familia?